Un conejo corre apresurado por la carretera de la zona de Yaló, en Sigchos, asustado por las luces de una camioneta doble cabina que se dirige hacia Lahuán, en la ruta donde transitan a diario los camiones distribuidores de la producción lechera y ganadera hacia los pueblos de Cotopaxi y otras provincias aledañas.

El animal parece una pulga en un páramo adornado de pinos, orquídeas y árboles lecheros apostados sobre las llanuras, donde también se encuentran otras especies que se alimentan de la hierba; mientras, las lechuzas que se desplazan hacia los cerros capturan la mirada de los viajeros para posarlas en los pucarás, o también llamados churos, unos macizos esculpidos por manos incaicas, que en su tiempo fueron utilizados para comunicarse entre sí respecto al acecho de los españoles.

Este sistema de montañas atesora la historia de la última civilización precolombina, donde se puede observar el camino Inca y recordar la leyenda de que el general Rumiñahui fue perseguido por los conquistadores hasta lanzarse del monte Topalibi, luego apresado, torturado y finalmente asesinado.

La travesía comprende 46 kilómetros de una carretera, mitad asfaltada y la otra lastrada, que atraviesa los sectores Las Manzanas, Chiag, Pongo, Santa Ana, Hacienda Fontana, San Antonio de Cerro Azul, Quitasol, Pajón y  Amaquillín, desde una altura de 3.923 pies hasta bajar a Lahuán.

Poco antes de llegar a este destino, el paseo se torna intenso porque la vía se vuelve angosta hasta convertirse en una calle empedrada y, por tramos, en un lodazal que empapa las llantas y sacude a quienes están a bordo del vehículo.

Después de bajar por la cordillera a casi 1.500 pies, durante dos horas y media, se distinguen los techos de 10 casas contiguas a una cancha de voleibol, donde solo cuatro personas son las únicas almas que deambulan por este recinto a las 17:00. Desde las 08:00, la mayoría de sus habitantes se dedica a la agricultura de caña de azúcar, salen a otros sectores en donde tienen pequeñas fincas.

Guillermo Portilla Molina es oriundo de Lahuán. De 71 años, es cañicultor y propietario de una finca donde produce caña, labor que le provee $ 90 al mes.

Guillermo Portilla Molina se convierte en el anfitrión e invita a dialogar en la entrada de su casa de madera, y aunque interrumpe el roznido de uno de los burros atado a un palenque, aclara que el rebuzno de ‘Pancho’ es por recelo a las visitas.

Dice ser nativo del lugar, donde vive alejado de su esposa y 5 hijos que residen en Saquisilí, también cañicultores con finca propia, donde además cortan y apilan pastizales para alimentar el poco ganado que tienen.

En Lahuán, Portilla es dueño de un pedazo de tierra en el cual cosecha otro tipo de cultivos, pero, recalca, en esta comunidad “todos están obligados por los precios” a vivir de la caña utilizada para producir panela, melcocha, guarapo y otros. Su faena consiste en moler 6 pailas de caña, con tres colegas, y al venderlas, enfatiza, “3 son para mí y 3 para ellos”.

De esta labor puede llegar a obtener $ 90 al mes, sumado a los $ 50 que recibe del bono de desarrollo humano.

Pese a estas ganancias, Portilla califica de “dura” la actividad puesto que para producir de 1 a 2 quintales deben trabajar entre 3 y 4 personas una semana.

Con relación al costo del azúcar no refinada, al por mayor, en esta época se vende a $ 28 el quintal de polvo, aunque la libra en una tienda aumenta su precio, reclama que “ellos son los que hacen la plata y los propietarios somos los que perdemos”.

Aunque no es el líder de la comunidad, conoce el pueblo de “lindero a lindero”, gracias a la época que trabajó de promotor de salud; así que decide hablar en nombre de sus vecinos sobre un requerimiento en particular al Gobierno Nacional y al local: la adecuación del camino de lastre que, en 40 años, aísla el poblado del resto de cantones de Cotopaxi durante la época de lluvias.

De lunes a viernes , desde las 08:00 hasta las 18:00, los nativos trabajan en sus tierras. Los fines de semana su diversión es jugar voleibol en la cancha central, que permite reunir al poblado.

 

Fuente: El Telégrafo | ElProductor.com

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