El 80 % de la producción de cacao en Buenaventura y Tuluá, en el Valle del Cauca, depende de la mano de obra familiar, con alta participación de jóvenes, pero situaciones como la pobreza y el conflicto dificultan el relevo generacional. Por ello, recuperar el cultivo de este fruto sería una alternativa viable y sostenible para revitalizar territorios vulnerables de la región y ofrecer oportunidades para la juventud.
En esta región se desarrolló un estudio con 14 jóvenes de entre 14 y 28 años, de 21 familias que forman parte de dos asociaciones de cacaocultores en los corregimientos de Cisneros (Buenaventura) y Tres Esquinas (Tuluá), quienes participaron en el “Proyecto de integración de jóvenes rurales en la cacaocultura”, de la Maestría en Gestión y Desarrollo Rural de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Palmira.
El estudio fue realizado por la zootecnista María del Carmen Moreno Ortegón, estudiante de la Maestría, quien trabajó con dos asociaciones de productores, una de ellas en Tuluá, que transforma el cacao en chocolate de mesa y manteca de cacao. En estas asociaciones el proyecto dejó como principal balance una proyección a 5 años para procesos de transformación del cacao, ventas y mercadeo (marketing), así como en la introducción de maquinaria y tecnología para fortalecer el cultivo en la región.
El corregimiento de Cisneros se caracteriza por su biodiversidad y riqueza hídrica; allí alrededor del 31 % de las familias productoras de cacao participaron en el programa de sustitución de cultivos de uso ilícito, que buscó transformar la economía local con el denominado “cultivo de la paz”. Por su parte Tres Esquinas cuenta con una tradición cacaotera más arraigada, ya que en el pasado esta zona formaba parte de las grandes áreas productoras del departamento, junto con Palmira, Candelaria, Florida y Pradera.
En la tesis se determinó que la migración de la juventud en ambos corregimientos ha dejado un vacío intergeneracional en la cacaocultura, que se refiere a la pérdida del conocimiento ancestral y de conexión con sus territorios, costumbres y rituales. Sin embargo, en Tres Esquinas han logrado mantener algunos de sus jóvenes en contacto con la tradición del cultivo, gracias a un fuerte vínculo familiar y comunitario.
Resultados y contribuciones a las comunidades
Con este proyecto, la tesista Moreno identificó que el 80 % de la producción de cacao en ambas regiones depende de la mano de obra familiar, con una alta participación de jóvenes. El cultivo en sus organizaciones se realiza en un sistema agroforestal en el que se destaca la presencia de cítricos, plátano y cacao, lo que garantiza una diversidad de alimentos e ingresos para los productores y sus familias.
Uno de los hallazgos más reveladores fue el arraigo cultural y la identidad biocultural de los jóvenes con el cultivo del cacao. “En Cisneros, por ejemplo, son fundamentales la identidad arraigada a su territorio en la región del Pacífico, la conexión con el entorno natural y la transmisión de conocimientos de generación en generación, además del seguimiento de las fases de la luna para llevar a cabo las actividades agrícolas y el valor del cacao en los sistemas agroforestales. Los jóvenes tulueños valoran la transmisión de conocimientos ancestrales y se muestran interesados en continuar impulsando la transformación del cacao en productos de mayor valor agregado”, señaló la investigadora.
La asociación de Tuluá tiene una permanencia más amplia en el territorio y sus productores viven en los predios donde tienen la unidad productiva, lo que genera un mayor vínculo con la cacaocultura en comparación con Cisneros, en donde sus predios están distantes de la vivienda, lo que limita su relación con el cultivo.
La investigación también destacó el papel que juegan las mujeres en la producción de cacao, con un 81 % de la participación, lo que resalta su apropiación e importancia en el desarrollo local sostenible. Además, identificó que el 53 % de los jóvenes en Cisneros y el 72 % en Tuluá están directamente vinculados al cultivo, bajo el liderazgo de sus familias.
Según la tesis, los factores desencadenantes de la migración de los jóvenes rurales son “el difícil acceso a servicios básicos, la pobreza multidimensional que para 2020 llegaba a 37,1 % y el conflicto armado. Datos de la Unidad para las Víctimas indican que el 21 % tienen entre 18 y 28 años. Hasta abril de 2024 se registraron en Tuluá 33.606 víctimas, mientras que en Buenaventura la cifra alcanza las 354.409”.
Este fenómeno ha impactado el desarrollo de las actividades agrícolas debido a la falta de mano de obra disponible y a la falta de continuidad generacional tanto familiar como asociativa y territorial.