lunes, 21 abril 2025.
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EDITORIAL: De aranceles a confrontación estratégica

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La evolución del conflicto comercial entre EE. UU. y China (2018–2025)

La guerra de aranceles entre Estados Unidos y China iniciada en 2018 marcó un punto de inflexión en el sistema de comercio internacional. Lo que comenzó como una disputa focalizada en el déficit comercial y la protección de sectores estratégicos terminó sentando las bases de una rivalidad estructural que, en 2025, ha alcanzado nuevas dimensiones.

Lejos de haberse resuelto, las tensiones entre las dos mayores economías del mundo no solo persisten, sino que se han intensificado y diversificado, revelando la profundidad del desacople económico global.

Durante el periodo 2018–2020.

Bajo la administración de Donald Trump, EE. UU. impuso aranceles a cientos de productos chinos como parte de una estrategia de presión para frenar lo que consideraba prácticas comerciales desleales. A cambio, China respondió con medidas similares, afectando principalmente a los sectores agrícola, energético e industrial estadounidenses.

Este intercambio de sanciones arancelarias perjudicó tanto a empresas como a consumidores de ambos países, y desestabilizó cadenas de suministro globales. Aunque en 2020 se alcanzó un acuerdo parcial —conocido como la “Fase Uno”—, la implementación fue incompleta, y la pandemia de COVID-19 eclipsó y ralentizó cualquier posible avance.

Cinco años después, en 2025, nos encontramos ante una nueva escalada.

Pero esta vez de carácter más amplio y profundo. La reciente vuelta de Trump al poder ha traído consigo una radicalización de la política comercial estadounidense. Se han anunciado aranceles que podrían alcanzar el 245% sobre productos chinos, argumentando no solo motivos comerciales, sino también cuestiones de seguridad nacional, geopolítica y salud pública (como el tráfico de fentanilo).

China ha respondido de forma inmediata con nuevas represalias, incluyendo aranceles al gas, el petróleo, los productos agroalimentarios y la maquinaria estadounidense, al tiempo que endurece sus restricciones sobre exportaciones estratégicas y listas negras de empresas extranjeras.

La diferencia fundamental con respecto al periodo 2018–2020.

Es que la guerra comercial ya no se limita al comercio de bienes, sino que se ha convertido en una confrontación sistémica. Las restricciones al acceso de China a tecnologías avanzadas, como los semiconductores de alta gama, han afectado directamente a gigantes como Nvidia. Al mismo tiempo, las exportaciones chinas de productos críticos también están siendo utilizadas como herramientas de presión. Este nuevo conflicto no solo enfrenta a dos países, sino que tensiona al sistema internacional en su conjunto.

Si bien en la etapa inicial del conflicto ambos países sufrieron pérdidas económicas significativas, la situación actual se desarrolla en un contexto mucho más volátil: cadenas de suministro ya debilitadas por la pandemia, conflictos bélicos en otras regiones, y una creciente fragmentación del comercio global. Así, el desacoplamiento no solo se ha acentuado, sino que ha comenzado a institucionalizarse. Hoy no se trata únicamente de aranceles, sino de una arquitectura económica en transformación.

La escalada del conflicto entre Estados Unidos y China no solo afecta a sus economías.

Sino que tiene profundas repercusiones para terceros actores, especialmente la Unión Europea y América Latina. En el caso europeo, la guerra comercial agrava un escenario ya marcado por tensiones geopolíticas y dependencia energética.

Europa se ve forzada a equilibrar su relación con ambos gigantes: por un lado, mantiene lazos económicos vitales con China, su segundo socio comercial; por el otro, está alineada estratégicamente con Estados Unidos en el marco de la OTAN.

Esta ambivalencia dificulta el diseño de una política comercial coherente, mientras sus empresas enfrentan el encarecimiento de insumos, la incertidumbre regulatoria global y la presión para alinearse con bloqueos tecnológicos.

América Latina, en cambio, experimenta impactos mixtos.

Algunos países, como Brasil o México, pueden beneficiarse de la relocalización de cadenas de suministro y del aumento de exportaciones agrícolas o minerales a China. Sin embargo, también enfrentan riesgos: volatilidad en los mercados financieros, presión para tomar partido geopolítico, y una creciente dependencia de China como comprador clave.

En ambos casos, la polarización global limita el margen de maniobra de las economías emergentes, que se ven atrapadas en una disputa ajena, pero cuyas consecuencias son cada vez más directas.

¿Hacia dónde va la guerra comercial en 2025? Escenarios posibles:

La escalada actual entre Estados Unidos y China no parece tener una resolución a corto plazo. A diferencia de la guerra de aranceles entre 2018 y 2020, que culminó en un acuerdo parcial impulsado por necesidades coyunturales, la confrontación de 2025 es más estructural, más profunda y menos propensa a desescalar rápidamente.

Aun así, podemos delinear algunos “escenarios posibles”:

  • Escalada sostenida y desacople definitivo:

El escenario más probable, si continúan las políticas actuales, es un desacople económico más profundo. Se consolidaría un orden comercial bipolar: un bloque liderado por EE. UU., centrado en seguridad tecnológica y alianzas estratégicas, y otro centrado en China, con rutas comerciales alternativas y nuevos acuerdos regionales. Este camino implicaría mayor inestabilidad, fragmentación del comercio global y pérdida de eficiencia económica.

  • Tregua negociada bajo presión global:

En este escenario, la presión de aliados, empresas multinacionales y organismos multilaterales empuja a ambos países a establecer una nueva tregua. No sería una solución definitiva, pero sí permitiría reducir tensiones, generar cierta estabilidad comercial y crear espacios de cooperación acotada en temas clave: transición energética, salud global o cambio climático.

  • Choque disruptivo e inesperado:

Existe la posibilidad —aunque menos deseable— de que esta guerra comercial escale a una crisis mayor, con consecuencias financieras o incluso militares. Un conflicto en Taiwán, una recesión global, o una ruptura en los mercados financieros internacionales podrían actuar como catalizadores. En ese caso, más que un final negociado, tendríamos una redefinición forzada del orden económico internacional.

En cualquiera de estos escenarios, el comercio global ya no volverá a ser el mismo.

La globalización tal como la conocimos ha sido reemplazada por una lógica de seguridad económica, alianzas estratégicas y rivalidades geopolíticas. En ese contexto, el desafío para terceros países y bloques regionales será mantener autonomía, flexibilidad y capacidad de maniobra en un mundo crecientemente polarizado.

 

Omar Romano Sforza

MBA en Comercio Internacional y Marketing, Universidad de Miami, Miembro de ACPE, Asociación de Corresponsales de Prensa Extranjera en España

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La evolución del conflicto comercial entre EE. UU. y China (2018–2025) La guerra de aranceles entre Estados Unidos y China iniciada en 2018 marcó un punto de inflexión en el sistema de comercio internacional. Lo que comenzó como una disputa focalizada en el déficit comercial y la protección de sectores estratégicos terminó sentando las bases de una rivalidad estructural que, en 2025, ha alcanzado nuevas dimensiones. Lejos de haberse resuelto, las tensiones entre las dos mayores economías del mundo no solo persisten, sino que se han intensificado y diversificado, revelando la profundidad del desacople económico global. Durante el periodo 2018–2020. Bajo la administración de Donald Trump, EE. UU. impuso aranceles a cientos de productos chinos como parte de una estrategia de presión para frenar lo que consideraba prácticas comerciales desleales. A cambio, China respondió con medidas similares, afectando principalmente a los sectores agrícola, energético e industrial estadounidenses. Este intercambio de sanciones arancelarias perjudicó tanto a empresas como a consumidores de ambos países, y desestabilizó cadenas de suministro globales. Aunque en 2020 se alcanzó un acuerdo parcial —conocido como la “Fase Uno”—, la implementación fue incompleta, y la pandemia de COVID-19 eclipsó y ralentizó cualquier posible avance. Cinco años después, en 2025, nos encontramos ante una nueva escalada. Pero esta vez de carácter más amplio y profundo. La reciente vuelta de Trump al poder ha traído consigo una radicalización de la política comercial estadounidense. Se han anunciado aranceles que podrían alcanzar el 245% sobre productos chinos, argumentando no solo motivos comerciales, sino también cuestiones de seguridad nacional, geopolítica y salud pública (como el tráfico de fentanilo). China ha respondido de forma inmediata con nuevas represalias, incluyendo aranceles al gas, el petróleo, los productos agroalimentarios y la maquinaria estadounidense, al tiempo que endurece sus restricciones sobre exportaciones estratégicas y listas negras de empresas extranjeras. La diferencia fundamental con respecto al periodo 2018–2020. Es que la guerra comercial ya no se limita al comercio de bienes, sino que se ha convertido en una confrontación sistémica. Las restricciones al acceso de China a tecnologías avanzadas, como los semiconductores de alta gama, han afectado directamente a gigantes como Nvidia. Al mismo tiempo, las exportaciones chinas de productos críticos también están siendo utilizadas como herramientas de presión. Este nuevo conflicto no solo enfrenta a dos países, sino que tensiona al sistema internacional en su conjunto. Si bien en la etapa inicial del conflicto ambos países sufrieron pérdidas económicas significativas, la situación actual se desarrolla en un contexto mucho más volátil: cadenas de suministro ya debilitadas por la pandemia, conflictos bélicos en otras regiones, y una creciente fragmentación del comercio global. Así, el desacoplamiento no solo se ha acentuado, sino que ha comenzado a institucionalizarse. Hoy no se trata únicamente de aranceles, sino de una arquitectura económica en transformación. La escalada del conflicto entre Estados Unidos y China no solo afecta a sus economías. Sino que tiene profundas repercusiones para terceros actores, especialmente la Unión Europea y América Latina. En el caso europeo, la guerra comercial agrava un escenario ya marcado por tensiones geopolíticas y dependencia energética. Europa se ve forzada a equilibrar su relación con ambos gigantes: por un lado, mantiene lazos económicos vitales con China, su segundo socio comercial; por el otro, está alineada estratégicamente con Estados Unidos en el marco de la OTAN. Esta ambivalencia dificulta el diseño de una política comercial coherente, mientras sus empresas enfrentan el encarecimiento de insumos, la incertidumbre regulatoria global y la presión para alinearse con bloqueos tecnológicos. América Latina, en cambio, experimenta impactos mixtos. Algunos países, como Brasil o México, pueden beneficiarse de la relocalización de cadenas de suministro y del aumento de exportaciones agrícolas o minerales a China. Sin embargo, también enfrentan riesgos: volatilidad en los mercados financieros, presión para tomar partido geopolítico, y una creciente dependencia de China como comprador clave. En ambos casos, la polarización global limita el margen de maniobra de las economías emergentes, que se ven atrapadas en una disputa ajena, pero cuyas consecuencias son cada vez más directas. ¿Hacia dónde va la guerra comercial en 2025? Escenarios posibles: La escalada actual entre Estados Unidos y China no parece tener una resolución a corto plazo. A diferencia de la guerra de aranceles entre 2018 y 2020, que culminó en un acuerdo parcial impulsado por necesidades coyunturales, la confrontación de 2025 es más estructural, más profunda y menos propensa a desescalar rápidamente. Aun así, podemos delinear algunos “escenarios posibles”:
  • Escalada sostenida y desacople definitivo:
El escenario más probable, si continúan las políticas actuales, es un desacople económico más profundo. Se consolidaría un orden comercial bipolar: un bloque liderado por EE. UU., centrado en seguridad tecnológica y alianzas estratégicas, y otro centrado en China, con rutas comerciales alternativas y nuevos acuerdos regionales. Este camino implicaría mayor inestabilidad, fragmentación del comercio global y pérdida de eficiencia económica.
  • Tregua negociada bajo presión global:
En este escenario, la presión de aliados, empresas multinacionales y organismos multilaterales empuja a ambos países a establecer una nueva tregua. No sería una solución definitiva, pero sí permitiría reducir tensiones, generar cierta estabilidad comercial y crear espacios de cooperación acotada en temas clave: transición energética, salud global o cambio climático.
  • Choque disruptivo e inesperado:
Existe la posibilidad —aunque menos deseable— de que esta guerra comercial escale a una crisis mayor, con consecuencias financieras o incluso militares. Un conflicto en Taiwán, una recesión global, o una ruptura en los mercados financieros internacionales podrían actuar como catalizadores. En ese caso, más que un final negociado, tendríamos una redefinición forzada del orden económico internacional. En cualquiera de estos escenarios, el comercio global ya no volverá a ser el mismo. La globalización tal como la conocimos ha sido reemplazada por una lógica de seguridad económica, alianzas estratégicas y rivalidades geopolíticas. En ese contexto, el desafío para terceros países y bloques regionales será mantener autonomía, flexibilidad y capacidad de maniobra en un mundo crecientemente polarizado.   Omar Romano Sforza MBA en Comercio Internacional y Marketing, Universidad de Miami, Miembro de ACPE, Asociación de Corresponsales de Prensa Extranjera en España