Está en la Plaza del Teatro. En la Plaza Grande. O estaba, al menos, la última vez que alguien recorrió el Centro Histórico y buscó entre sus transeúntes a un hombre enternado, pelo con gomina, bigote y zapatos lustrosos. Es el chulla, el ‘Chulla Quiteño’, un personaje que representa a la capital, a esta ciudad que es parte indígena y parte española.

A este famoso personaje se lo ha caracterizado como un hombre pícaro, travieso, sencillo, de vestir elegante, un poco embustero y conquistador empedernido. Es quien recorre ‘El Panecillo’, ‘La Loma Grande’, ‘La Guaragua’, como bien lo recogió Alfredo Carpio Flores, autor del famoso pasacalle que incrementó la fama de este personaje.

El origen del chulla se lo puede datar de finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. Hoy casi se lo puede considerar como una suerte de “especie en extinción”, pues el chulla creció en una pequeña ciudad, que apenas si se extendía hacia el norte y al sur. La vida de ese Quito de los años 40 y 50 tenía como punto de encuentro el Centro Histórico.

En sus alrededores quedaban las guardillas donde el ‘Chulla Quiteño’ era dueño y señor. Dueño de un verbo rápido, de su facilidad para el baile, de su cabeza salían las prosas para enamorar o para salirse con la suya.

Un ejemplo imperdible de este personaje es Don Evaristo Corral y Chancleta, interpretado por Ernesto Albán, actor quiteño que popularizó aún más al chulla. Presentó sus características más importantes, como el buen humor, lo que se conoce como la ‘sal quiteña’, además de esa vena rebelde muy propia de la gente de la urbe.

Jorge Icaza escribió en 1958 ‘El Chulla Romero y Flores’, novela en la cual se perfila a este hombre como alguien que tenía tanto sangre quiteña como indígena. En la obra, el personaje renegaba de su origen aborigen y pretendía enaltecer su supuesto abolengo ibérico.

La palabra chulla proviene del quechua y significa (según la RAE) “solo, impar”; o de manera más precisa, de lo que hay un solo ejemplar.

Tal vez el ‘Chulla Quiteño’ esté en extinción. Pero nunca se sabe. Tal vez en las noches de bohemia en ‘La Ronda’ o en algún recoveco de ‘La Tola’ queden algunos ejemplares de esa raza, tan particular como única, propia del Quito mestizo.

 

 

Fuente: El Ciudadano | ElProductor.com

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