Por Rodrigo Gómez de la Torre

A lo largo del tiempo, y en términos de la producción agropecuaria mundial, se ha venido dando una tendencia, completamente natural, que es la de propender a asociarse para generar economías de escala que permitan ser más eficientes en la producción, y principalmente en los costos de producción.

Hace varias décadas atrás, el fomento de la producción asociativa, paso a la consolidación de cooperativas, donde ya no solo se integraban los aspectos productivos, sino que se pasó a transformar la producción primaria en un producto transformado y muchas veces propendiendo a ampliar la vida útil del mismo, mejorando los parámetros de inocuidad.

Estas cooperativas, que ya integraban dos actividades económicas, la de producción y transformación, posteriormente integraron a la tercera, necesaria, que son las actividades comerciales, en donde los productores, ya con procesos de embalaje y transformación, comenzaron a llegar al consumidor final con una marca que los identifique, tanto para crear fidelidad con el consumidor, como la consolidación de una cadena agroproductiva / agroalimentaria de productor a consumidor final.

Los procesos asociativos y mejor aún los procesos cooperativos, permiten un desarrollo armónico de las cadenas de valor, donde, al tener una relación directa con el consumidor final, se puede ir innovando de manera permanente, no solo en los ámbitos de la producción, sino de las formas de producción y cumpliendo con las tendencias y exigencias del consumidor final.  El poder consolidar cooperativas, permite también consolidar el concepto del valor compartido, donde todos los eslabones de la cadena son corresponsables del producto final, pero también son co-beneficiarios del precio de venta en una estructura armónica y principalmente transparente la estructura de costo y de repartición de utilidades, y perdidas de ser el caso.

Este principio natural, de “la unión hace la fuerza”, lamentablemente, en ocasiones ha migrado, del asocio productivo al asocio con tendencia al poder político, obteniendo réditos coyunturales por el lado de la política, pero que ha ido debilitando el aspecto productivo estructural.

Es fundamental que existan políticas de estado, orientadas a fortaleces la asociatividad, donde se propenda al cooperativismo, a través de crédito asociativo, con tasas preferenciales para proyectos de mediano-largo plazo, y no solo para ciclos de siembra. Incentivar la asociatividad no pasa por crear miles de asociaciones, incentivar la asociatividad debe propender a consolidar agrupaciones productivas, con visión de mercado, donde las actividades económicas, productivas, manufactureras, comerciales, logísticas y servicios, puedan consolidarse propendiendo al crecimiento equitativo de las cadenas de valor.

Fuente: El Productor / www.elproductor.com

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