América Latina y el Caribe es la región del mundo que más sufrió la pandemia: su PIB cayó 7,7% en 2020, ya registra el 27,8% de las muertes globales y ha visto el cierre de 2,7 millones de empresas. Es probable que, en su conjunto, la región pase a tener los niveles de pobreza extrema de hace 20 años y los de pobreza de hace 12.

A raíz de esto, los recursos de los que dispondrán los países quedarán limitados y deberán cumplir un doble propósito. Por una parte, contener y recuperar las economías priorizando inversiones que reactiven la capacidad de compra de la población. Por otro lado, lograr que esas inversiones se den en un marco de sostenibilidad e inclusión para alcanzar metas integrales y abordar los efectos de la pandemia.

El aporte del sector agrícola, ganadero, pesquero (incluyendo la acuacultura) y forestal, así como del mundo rural es clave para la recuperación y es parte de la solución a la crisis: está al centro de los sistemas agroalimentarios integrados por actores que también son sus eslabones de producción, valor agregado, servicios financieros y no financieros (logística, mercado, digitalización) y consumo, entre otros.

Invertir la transformación del sector agroalimentario bajo el lema de “reconstruir mejor” es dar un apoyo directo a grupos relegados como lo son las mujeres, los jóvenes y los pueblos indígenas (agricultura familiar); a su vez también es estimular el desarrollo de oportunidades y empleo.

Esos esfuerzos de inversión ayudan a la recuperación. En complemento, la transformación sostenible de los sistemas alimentarios hará que generen alimentos más sanos, que sean más inclusivos, equitativos; en suma, más eficientes y resilientes.

La mirada transformadora de la recuperación en el sector agroalimentario es la que contribuirá a que la agricultura, la ganadería, la pesca y los servicios eco-sistémicos tengan un marco de sostenibilidad cada vez más necesario.

Hoy, América Latina y el Caribe es una de las mayores productoras de alimentos, con base en su biodiversidad, pero también una de las más urgidas por la transformación sostenible, tanto por regenerar y preservar sus recursos y el medioambiente, como por las nuevas exigencias de la demanda global.

Sin embargo, la transformación, así como la sostenibilidad, no son fenómenos espontáneos. Implican cambios consensuados y articulados en los países, desde lo local y a nivel global. Y, si bien es comprensible que la pandemia concentre la mayor atención de los gobiernos en lo inmediato, esto no quiere decir que la crisis climática se haya detenido o que los desastres

naturales, que afectan con mucho mayor fuerza al mundo rural y sus habitantes, no sigan siendo una amenaza.

Estar preparados ante el cambio climático es una lección que el sector agrícola tiene muy presente. Por eso la demanda por la transformación sostenible del cómo producimos, distribuimos, facilitamos el acceso y nos alimentamos, está muy presente.

Por eso debemos destacar las buenas experiencias en América Latina y el Caribe. En especial, las que combinan efectos económicos, ambientales y sociales sostenibles para poder replicarlas a mayor escala. “Hacia una agricultura sostenible y resiliente en América Latina y el Caribe” es el título de la publicación de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que recopiló siete experiencias que están en el camino correcto y que pueden escalar al diseño de políticas públicas que propicien una transformación de los sectores agroalimentario y, al mismo tiempo, avanzar en recuperarse de la pandemia. Si nos lo proponemos, el sueño de una recuperación sostenible es posible.  Ahora depende de nosotros que sea realidad.

En el caso de Ecuador el proyecto de ganadería climáticamente inteligente que, en más de 800 fincas de siete provincias de Ecuador, permitió que 1.056 pequeños agricultores se capacitaran para construir sistemas de riego y bebederos e infraestructura de ordeño. Además, aprendieran técnicas de pastoreo rotativo, compost para pastos, cómo producir sus propios sobrealimentos, y también aplicaron herramientas digitales para monitorear sus gases de efecto invernadero. Todo lo anterior, les permitió incrementar su producción de leche, aumentar en 40% sus ingresos, mejorar la calidad de los suelos en 40 mil hectáreas, y disminuir en 20% sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), evitando más de 24 mil toneladas de GEI.

Este caso de éxito en la gestión de la ganadería ecuatoriana permitió la elaboración de una propuesta por más de 25 millones de euros que ya ha sido sometida a fondos globales con el objeto de escalar, a través de mecanismos financieros innovadores, el escalamiento del enfoque de una ganadería más eficiente y limpia con impactos en la mitigación de GEI.

Así que no hay duda: la recuperación de los sistemas agroalimentarios cumplirá un rol clave, pero en paralelo debemos transformar la forma de producir alimentos y generar bienestar. La pandemia develó la urgencia de hacerlo para no seguir retrocediendo. La urgencia del cambio climático también lo exige para poder trabajar y proyectar soluciones a largo plazo.

Estamos en un momento crucial para acordar los cambios que necesitamos en Ecuador y la región en el marco de un diálogo nacional y global del que todos los actores del sistema alimentario, todas y todos nosotros, somos parte, seamos productores, distribuidores, intermediarios o consumidores: cada una y cada uno puede ser un eslabón clave de la transformación.

Autores: Por Rubén Flores Agreda, Representante interino en Uruguay y Oficial Principal de Políticas para América Latina y el Caribe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y Agustin Zimmermann Representante de FAO en
Ecuador. 

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