Una investigación profundiza en la historia ostrícola de Francia, en el papel de los productores, las enseñanzas a extraer y las prácticas a evitar.

Más de cuarenta científicos pertenecientes al Ifremer, el CNRS y a varias universidades francesas han hecho un recorrido por la historia ostrícola de Francia en el período 1970 a 2018 centrándose en tres de sus grandes zonas ostrícolas: la bahía de Veys en Normandía, la cuenca de Marennes-Oléron en Charente-Maritime y la laguna de Thau en Occitania. En este trabajo, realizado a través del proyecto Retroscope, en el que se ha querido conocer la historia ecológica, económica y también social de estos territorios, los investigadores han contado también con el apoyo de agentes clave en el cultivo de esta especie y organizaciones de gestión local. El propósito no era otro que ofrecer una visión más detallada de estos ecosistemas, su evolución y obtener algunas claves con la finalidad de que la industria que envuelve a este sector se pueda preparar mejor para el futuro.

Para descifrar el pasado del cultivo de ostras, y así lo destaca el Ifremer, los científicos llevaron a cabo un minucioso trabajo de recopilación y análisis de datos procedentes de diferentes redes nacionales de observación sobre el estado de los ecosistemas costeros, del propio recurso (la ostra) y también los referidos al control y vigilancia sanitarias. Utilizaron, asimismo, distintos informes de expertos y estudios sobre información meteorológica e hidrológica y datos económicos y sociales relativos, en particular, a la evolución del sector ostricultor en estos territorios. Además, realizaron una encuesta entre 168 ostricultores sobre su percepción de su profesión y cómo había sido su evolución en los últimos 50 años.

Se destaca en el trabajo del Ifremer la sucesión de las importantes crisis vividas por el sector: el gran episodio de mortandad de los años setenta, que los profesionales remediaron lanzándose al cultivo de la ostra japonesa (Cassostrea gigas); lo que conllevó un periodo de expansión del cultivo de ostras hasta los años noventa impulsado por las innovaciones tecnológicas pero también plagado de grandes dificultades como sequías, contaminación, crisis sanitarias, competencia por los usos, cambios en las normas de protección del medio ambiente, prácticas comerciales, etc.  Por último, los productores tuvieron que enfrentarse a episodios de mortandad masiva que desde 2008 ha venido sufriendo la ostra japonesa y que afectan a todas las cuencas ostricultoras. Altas mortalidades que se vinculan a la presencia de agentes infecciosos, y a los que, como destaca el Ifremer, los profesionales no han tenido más remedio que adaptarse, ya que no se disponía de otro recurso sustituto”.

Industria ostra Francia_ Marennes-Oléron

En este contexto, señala Rémi Mongruel, investigador de Economía marítima de Ifremer, y a pesar de los recurrentes episodios de elevadas mortalidades, «el sector ha continudao gracias a que los profesionales del cultivo han sabido adaptarse gracias a un conocimiento muy detallado tanto de sus animales como del entorno en el que los cultivan”. Para ello, añade Mongruel, han aplicado nuevos métodos para garantizar su producción. Lo han hecho utilizando ostras procedentes de otras cuencas naturales, así como semillas de criadero y ostras triploides. También cambiando sus estrategias económicas: recurrieron a la mecanización y se volcaron más hacia la expedición y venta directa. Es cierto que el número de empresas llegó a reducirse a la mitad en un periodo de 20 años, explica el investigador del Ifremer, “pero esa tendencia es anterior a la crisis de mortalidad de 2008 y el cultivo de ostras se mantiene”.

 

DE LA IMPORTANCIA DE LA CALIDAD DEL AGUA A LOS EFECTOS DEL CAMBIO CLIMÁTICO 

El proyecto Retroscope recoge, asimismo, las trayectorias y evolución socioecológica de estas tres cuencas ostrícolas en el periodo de estudio (1970 a 2018), sus puntos en común y sus diferencias.

Así, en la bahía de Veys, se ha visto que la calidad del agua ha sido un problema importante desde que comenzó el desarrollo del cultivo a principios de la década de los setenta y que lo sigue siendo “a pesar de los esfuerzos iniciales y crecientes a lo largo del tiempo en términos de seguimiento y gestión”. Aunque se ha logrado reducir la contaminación química de la bahía, señalan los expertos del Ifremer, “todavía queda trabajo por hacer en términos de contaminación microbiológica”. Señalan también que el funcionamiento de la bahía está cambiando. “Desde la aplicación gradual del control de la Directiva marco del agua a principios de los años 2000, las concentraciones de nutrientes (excepto nitritos-nitratos) y clorofila están disminuyendo y la composición del fitoplancton (alimento de la ostra) está sufriendo cambios. Destacan también de la bahía de Veys que se ha visto muy afectada por las mortalidades, como pasó, primero, con las ostras adultas en los años noventa y, a partir de 2008, con los juveniles de ostra.

En la cuenca de Marennes-Oléron, según señala el Ifremer, la calidad del agua ha mejorado en términos generales. Sin embargo, advierten, “a los episodios de mortalidad masiva que se repiten desde 2008 se suman ahora los peligros climáticos como tormentas, sequías, reducción del caudal de los ríos, etc.; episodios de contaminación por microalgas tóxicas (Dinophysis spp.); la reducción de la diversidad del fitoplancton y la contaminación microbiana localizada en las zonas más costeras. Todos ellos signos de un ecosistema cambiante al que los ostricultores han tenido y tienen que adaptarse”.

Por lo que respecta a la laguna de Tahu, se indica que desde los años 1970 se puso en marcha un enfoque de gestión de cuencas para mejorar la calidad del agua y remediar episodios de contaminación microbiológica que conllevaban prohibiciones recurrentes de venta de los moluscos bivalvos. Los frecuentes períodos de falta de oxígeno provocaron también mortandades masivas de ostras y mejillones. En la década de 2000, 30 años después, el agua finalmente parece haber vuelto a un buen estado ecológico; de hecho, durante 11 años no se observó, hasta la ola de calor de 2018, mortandades por falta de oxígeno. “Ahora los productores deben adaptarse al cambio climático en curso, cuyos efectos ya se están sítienlo en el agua de la laguna”, apunta el Ifremer.

Acuicultura en Francia1

OSTRICULTORES OPTIMISTAS SOBRE SU FUTURO

Los territorios en los que se ubican las principales zonas ostrícolas son consideradas a día de hoy como lugares de actividades tradicionales, vinculadas al patrimonio, áreas de biodiversidad a conservar y como zonas de ocio. A los productores se les ha preguntado en las diferentes zonas, y entre otras cuestiones, si consideran que su actividad es prioritaria sobre otras actividades y también sobre la pugna entre lo tradicional y lo industrial, así como el papel identificativo y social de su profesión. En general, las conclusiones que han obtenido es que éstos “siguen siendo optimistas sobre el futuro de su profesión y son conscientes de que es la diversidad de sus prácticas y su capacitación y experiencia profesional es lo que les permite adaptarse a entornos ambientes y económicos volátiles y recuperarse”.

En este trabajo por la historia del cultivo de los moluscos bivalvos, el proyecto Retroscope ha recogido, así, las soluciones que han permitido a los productores superar las distintas crisis medioambientales o económicas y también aquellas que no funcionaron, identificando, de este modo, acciones para reproducir o evitar.

Concluye Ifremer señalando que, en cualquier caso, y para ayudar a los productores a afrontar los retos actuales y futuros, este instituto de investigación seguirá apoyando a los profesionales a través de todas las vías con las que cuenta el centro: desde sus redes de observación del entorno costero y de vigilancia de los aspectos sanitarios hasta los informes y opiniones que realizan a petición de las autoridades públicas, pasando por su intensa actividad investigadora en aspectos que van desde la fisiología de los moluscos bivalvos hasta el estudio de sus mecanismos de interacción con patógenos, incluyendo su capacidad de adaptación a cambios ambientales y climáticos.

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